

DIRECCIÓN PROVINCIAL
DE EDUCACIÓN DE ZAMORA
Zamora
2025

29 abril 29 mayo
IX JORNADAS
PROVINCIALES DE
FOMeNTO DE
LA LeCTURa
El Poder de la Lectura
Zamora, 22 de mayo de 2025
«ORIGAMI LITeRARIO»
Taller educativo
Campus Viriato de Zamora
de 18:00 a 19:30 horas

Coordinador:
- José Álvaro Riquelme Carretero. Maestro Colaborador del CFIE de Benavente.
Responsables del taller en el Campus:
- FAPA de Zamora
Relato base:
«Alba y las alas de la alegría».
@rmbprr25.
El Taller educativo «Origami Literario» que se realizará en el Campus Viriato el día 22 de mayo de 2025, está dirigido a personas de todas las edades.
Teniendo como base el relato Alba y las alas de la alegría, la actividad literario-creativa consistirá en la elaboración – con la técnica de papiroflexia y técnicas de manualidades creativas-, de figuras sencillas -aves, barcos y otras-, con materiales de fácil manejo aportados a todos los asistentes al taller por los responsables. Una vez elaboradas las figuras, los participantes tendrán la oportunidad de escribir en ellas citas, frases o palabras de los textos literarios que deseen.
Los responsables del taller ayudarán en todo momento a los asistentes en el proceso de celebración del taller y les darán las instrucciones y pautas para la elaboración de los materiales que podrán llevarse a casa como recuerdo.
Al igual que en el relato los niños devuelven la libertad a los pájaros,
la tarde del 22 de mayo, quienes formen parte de nuestro origami literario tendrán la oportunidad de trabajar en equipo, de convivir y compartir, de «crear y alzar el vuelo» en el Campus Viriato de Zamora.


«Alba y las alas de la alegría»
Día 1
Amaneció otro día luminoso en Zamora. La primavera ya había llegado. El sol ascendió y convirtió el cielo en una gran sábana azul. Alba se levantó y, como cada mañana, tuvo que darse prisa para prepararse. Era su primer año en el instituto y aún le costaba adaptarse a los nuevos horarios.
Llegó a la esquina en la que se reunía con sus compañeros. Esperó por los demás, entretenida en mirar a un lado y a otro. Dirigió la vista hacia la torre de la iglesia. El nido que ocupaban dos cigüeñas y su polluelo estaba vacío. Cuando los cinco se reunieron, continuaron la caminata al instituto.
En el recreo, se sentaron juntos, como todos los días, a comerse el bocadillo en uno de los bancos del patio. Y fue entonces cuando se percató. Cada día, gorriones y palomas acudían puntuales a comerse las migas que caían al suelo. Esa mañana, no había ninguno. Miró hacia los árboles del parque que había frente al instituto, hacia los cables del tendido eléctrico, hacia los tejados. Nada, no veía ave alguna. Se acordó entonces del nido de la iglesia. «¡Qué cosa más rara!», pensó.
No dijo nada a los demás, pero pasó el resto de la mañana ajena a lo que pasaba en clase, no se le iba de la cabeza lo extraño que aquello le parecía. Camino de casa, miraba constantemente arriba, buscando pájaros, pero los pájaros no estaban. Comió todo lo deprisa que pudo. Una idea había abierto una brecha en su cabeza y quería asegurarse. Sabía que no eran alucinaciones, pero, si decía algo en casa, se lo tomarían como una de sus locuras -su imaginación era desbordante y no era la primera vez que confundía la realidad con lo que se inventaba-.
Con la excusa de ir a casa de una amiga, recorrió varias calles y llegó hasta el mirador sobre el río. Estaba claro. Las aves, todas, habían desaparecido. Escuchó, aguzó el oído. No se oía ningún trino, ningún aleteo en los árboles. Miró a la gente con la que se cruzaba. Todo el mundo iba a lo suyo, nadie parecía haberse dado cuenta de lo que pasaba. Solo ella lo había descubierto. Al menos, eso pensaba.
Día 2
Cuando llegó a su punto de reunión diario, sus compañeros ya estaban allí. Se había asegurado de comprobar que la situación era la misma del día anterior y decidió compartir su secreto con los demás. Las risas no se hicieron esperar, pero insistió y les obligó a mirar y remirar a todos lados. Al poco, las bromas dejaron paso a la estupefacción y todos se miraron entre sí, sin atreverse a admitir que Alba estaba en lo cierto. Esperaron ansiosos la hora del bocata para seguir con la conversación. Alba repitió todo lo que había visto y hecho. No había duda. Era el segundo día sin aves en la ciudad. Qué hacer, se preguntaron. A quién decírselo. Prometieron no decir nada, verse aquella misma tarde y poner en marcha un plan de investigación.
Acordaron dividirse en dos grupos, explorar por diferentes zonas para anotar aquello que pudiera llamarles la atención y verse en el mirador al cabo de un par de horas. Fue Óscar quien observó una cosa peculiar: las personas que vio sentadas en los bancos de los parques, apenas hablaban y sus caras estaban serias. Los niños no gritaban, no corrían. Quienes paseaban al lado del río iban cabizbajos y caminaban lentamente, sin ganas. Miraron a la gente. Era verdad. Un rastro de tristeza y letargo se respiraba en el ambiente. Solo ellos parecían haber escapado de aquel sentimiento de melancolía. Se dieron cuenta de la gravedad de la situación y de que debían pedir ayuda. Pero, ¿a quién?
- Yo sé a quién -dijo Alba-. Se lo diremos a Juan.
- ¿Al de Música? -preguntó Óscar.
- Sí. Es majo y nos escucha siempre. Ahora también lo hará.
Día 3
Dio comienzo el tercer día desde su descubrimiento. La languidez reinaba en las calles, en los bares, en las tiendas. Todo parecía ocurrir a cámara lenta. Alba y Óscar fueron los encargados de hablar con el profesor de Música al finalizar las clases. Estaba en la sala de profesores, salió cuando le avisaron y se fue con los chicos a un aula vacía. Allí, Alba expuso todo lo que habían visto. Juan, lejos de no creerlos, admitió:
- Sí, es cierto que, desde hace un par de días, todos parecemos cansados. Yo mismo me siento así, y no sabía por qué. Pero, eso que contáis de los pájaros, es verdaderamente raro. O no tanto, si lo pensamos con lógica.
- ¿Qué quieres decir, Juan? -preguntó Óscar.
- Pues, verás: los animales, a veces, perciben señales que los humanos no llegamos a vislumbrar. Pueden haber presentido algún peligro y haber huido.
- Vale -dijo Alba-, eso puede ser, pero, ¿por qué la gente está tan seria? ¿Por qué todo el mundo parece adormilado? Yo estoy asustada. Todos los del grupo lo estamos y no nos atrevemos a decirlo en nuestras casas. ¿Qué está pasando?
- No lo sé, Alba, pero, lo que sí sé, es una cosa: la música es fundamental para los hombres, la necesitamos porque nos despierta y nos alegra. Y las aves nos la dan. No todas tienen un canto bonito, ya lo sé, pero las que sí lo tienen, animan a las demás y a todos nosotros también. Sus trinos son música para nuestros oídos y sus vuelos hacen vibrar el aire, el aire que nos da fuerza y energía cada día. Quién sabe si todos estamos apáticos porque nos falta esa energía, porque las aves se han ido. En el mundo, todo es como un dominó, si una ficha cae, se lleva a las demás.
- Ya…, bueno…, puede ser -comentó Alba, pensativa-.
- No sé si os he ayudado, pero no se me ocurre otra cosa que deciros -terminó Juan-.
- Vale, no importa. Gracias de todos modos -dijo Alba-. Ojalá todo vuelva pronto a ser como antes de los que pájaros se fueran -añadió-.
El grupo no sabía qué pensar.
- Eso es muy rebuscado -comentó Rober-. Él habla de la música porque le gusta mucho, pero no sé qué tiene que ver eso con los pájaros. Yo no me creo esa teoría.
- Esto es un lío enorme. Deberíamos pedir una segunda opinión, buscar por otro lado -dijo Alba-. Ahora, tengo que irme y esta tarde no podré quedar para vernos. ¡Nos vemos mañana, chicos!
- ¡Hasta mañana!, dijeron los demás, al unísono.
Alba llegó al portal de su casa y abrió el buzón -ese día le tocaba a ella-. Dentro, había un sobre marrón. Lo cogió. No estaba cerrado, así que sacó el papel blanco y doblado que había dentro, y lo leyó: «Alba, tú has sido la única que se ha dado cuenta. Esto es un juego, una prueba y espero que ganes. Ve a las afueras, más allá de La Verdad, y encontrarás aquello que sabes que falta. Haz caso de quien sabe y ya te ha explicado. Dirige, trabaja en equipo, y tu deseo se hará realidad. Firmado: L.S.». Se quedó petrificada.
Día 4
No había pegado ojo en toda la noche. En cuanto vio a sus compañeros aquella mañana, les enseñó la nota. Todos quedaron alucinados cuando la leyeron. Estudiaron frase por frase, no tenían ni idea de lo que significaba. Fue Leticia quien encontró una posible pista. «La Verdad» estaba escrito con mayúsculas, quizá fuera un lugar, un sitio al que ir. ¿Qué había en Zamora que se llamara así?
- ¡El Campo de La Verdad! -exclamó Rober-. ¡Creo que has dado en el clavo, Leticia! ¡Tenemos que ir allí!
- No perdemos nada con intentarlo -dijo Alba-.
Partieron juntos, desde el mirador, cuando en el reloj del Ayuntamiento sonaban las cuatro de la tarde. Se encaminaron hacia el Campo de la Verdad y, cuando llegaron, les desilusionó ver que todo parecía estar como siempre.
- La nota dice que vayas más allá, Alba -dijo Óscar-. ¿Qué os parece si seguimos por el sendero?
Siguieron caminando, mirando en todas direcciones y sin saber, en realidad, qué era lo que buscaban. Entonces, Rober gritó:
- ¡Allí, mirad allí! -y señaló, con el brazo extendido, justo enfrente de él.
Lo que vieron, les pasmó. Lo que tenían allí delante era una gigantesca red que apresaba a cientos, a miles de aves. Corrieron y llegaron hasta ella, casi sin aliento. El panorama era desolador. Había todo tipo de aves, desde grandes cigüeñas hasta diminutos jilgueros, palomas, cormoranes, grullas, gavilanes. También vieron multitud de cuervos, gorriones y avutardas; garzas y otras muchas aves que no conocían. Algunas luchaban por salir y sus alas se enredaban en el tejido de la red. Otras, dormitaban, encogidas.
- Están tan asustadas que no tienen fuerzas para escapar -dijo Alba, apenada-. Tendremos que liberarlas nosotros, chicos.
- ¡Uf! Esta red es inmensa, nosotros solos no podremos, Alba -dijo Leticia-
- Pues avisaremos a más gente. Tengo el móvil, mi madre me ha dejado usarlo, por si necesitaba llamarla. Voy a mandar un mensaje al grupo de clase.
Dicho y hecho. El “wssap” dio resultado. Al poco rato, veinte chicos y chicas estaban frente a la red, dispuestos a hacer lo que les dijeran. Alba les había pedido que llevaran tijeras, cúteres, cuchillos y todo aquello que pudiera cortar la red, que estaba fijada al suelo con grandes y duras grapas de metal. Desde luego, quienes hubieran llevado a cabo aquel acto de maldad, merecían un buen castigo.
Coordinados, comenzaron la tarea. Primero, cortaron el perímetro de la red y, después, fueron cortando trozos, mezclándose con las aves que, por algún motivo, no se asustaban de ellos. Poco a poco, la tela fue cayendo al suelo y, después de un par de horas de esfuerzo, los pájaros quedaron liberados, por fin. Lo extraño fue que ninguno alzó el vuelo. Estaban aturdidos. Era ya casi la hora del ocaso, el sol estaba cada vez más rojo, era como una gran naranja. Los chicos no sabían qué hacer. Allí había miles de aves, pero seguían en tierra, unas junto a otras.
Rober e Isa, la más tímida del grupo de Alba, propusieron que todos corrieran hacia los pájaros a la vez, haciendo mucho ruido. Les asustarían y, de ese modo, saldrían volando. Todos se prepararon. A la orden de Alba, comenzaron las carreras y los gritos. Aquello resultó. Las aves, espantadas, levantaron el vuelo dejando tras de sí una gran nube de polvo en el suelo y formando otra, multicolor, al surcar el cielo camino de los tejados, de los árboles, del río y de la catedral. Los chicos se abrazaban y se felicitaban mutuamente.
Regresaron gritando lemas, como si fueran los campeones de alguna competición. Cuando llegaron a la ciudad, se quedaron sin palabras al ver el cambio producido en las calles. Había mucha gente, personas de todas las edades. Estaban alegres, había ruido, risas, saludos afectuosos y mucha animación.
Alba se giró un momento y miró hacia el lugar en el que, durante cuatro días, habían estado apresadas las aves. Y luego, miró a la gente. Todo había vuelto a ser como antes. Su deseo se había cumplido. No sabía quién le había enviado la nota, pero esperaba no tener noticias suyas nunca más. La vida había vuelto a Zamora porque la música había vuelto al aire. Juan se lo había explicado muy bien, todo era como en un dominó.
«Alba y las alas de la alegría».
rmbprr25